Como lo prometido es deuda, esta semana vengo con algo más agradable que la anterior entrada. Es fácil, sobre todo habiendo viajado por mares exóticos y desembarcado en multitud de puertos de la mano de un genio en estos lares, Joseph Conrad. El escritor de origen polaco y nacionalidad británica, nos traslada a través de la inmensidad de los oceános y de las almas de las personas que se juegan la vida al cruzarlos. Como el protagonista de esta novela, Lord Jim... uno de los nuestros.
Los paisajes que tan minuciosa y admirablemente describe Conrad en sus novelas son como sus personajes: están rodeados de sombras, son siluetas difusas que se mueven a través de una niebla espesa donde cada paso, cada avanzada, supone un misterio y un desafío al destino. Esos personajes están ligados profesional y sentimentalmente al mar. Es su patria, la única que se atreven a reconocer como verdadera... su hogar anhelado y su tumba esperada.
Lord Jim es el personaje que mejor encaja dentro de estos paisajes. A este joven de naturaleza inquietante e indómita nos lo describe su propio creador:
“...tal vez, mi Jim no sea un arquetipo de los más comunes. Pero, sin posibilidad de error, les puedo asegurar a mis lectores que no se trata del producto de un pensamiento frío y pervertido. No es tampoco una figura procedente de las Nieblas del Norte. Una mañana soleada, en el ambiente vulgar de una rada oriental, lo vi pasar: conmovedor, relevante, envuelto entre sombras y absolutamente silencioso. Como debe ser. Me correspondía a mí, con toda la comprensión y afecto de los que fuese capaz, buscar las palabras apropiadas para lo que él representaba. Era «uno de los nuestros»”.
Para Jim el honor es el valor supremo de la conducta humana. Su vida va a estar marcada, primero, por mantener férreamente ese código; después, el resto de su vida, tendrá una lucha consigo mismo buscando ese honor que un fatídico día perdió a bordo de un barco, el Patna.
“[...] Era un vapor del país, viejo como las colinas, flaco como un galgo, comido de óxido como un depósito de agua en desuso. Era propiedad de un chino, lo fletaba un árabe y lo mandaba una especie de renegado alemán de Nueva Gales del Sur que maldecía a su patria siempre que podía [...]”
La grieta que se abrió en el viejo casco del barco provocó la apertura de otra similar en el alma del joven Jim. El barco, que transportaba a 800 peregrinos musulmanes que se dirigían a la Meca, amenazaba con irse a pique. Sin llegar a explicarse nunca como pudo hacerlo, Jim saltó del barco a un bote salvavidas, abandonando a su suerte a todos los pasajeros. El Patna finalmente no se hundió... si lo hizo el honor de nuestro protagonista, tocando fondo.
“[...] el Patna estuvo pintado por fuera y enjabelgado por dentro, unos ochocientos peregrinos (más o menos) subieron a él mientras permanecía atracado a un muelle de madera, con la caldera encendida. Accedieron al barco por tres planchas de embarque, en tropel, empujados por la fe y la esperanza del paraíso, con un ruido continuado de pies desnudos, sin decir palabra, sin un murmullo, sin mirar atrás. Y cuando pasaron las barandillas que encauzaban la corriente humana, se derramaron por cubierta en todas direcciones, de popa a proa, precipitándose por las escotillas abiertas y ocupando hasta el último recoveco, como agua que llena una cisterna, que se cuela por grietas y rendijas, que sube en silencio hasta igualarse al filo del recipiente. Ochocientos hombres y mujeres se habían congregado allí, cada uno con su fe y sus esperanzas, sus afectos y sus recuerdos.”
La narración de toda la historia corre a cargo de Marlow, el mismo que nos acerca África en El corazón de las tinieblas. Los sentimientos de Marlow hacia Jim son contradictorios: en ocasiones siente lástima y se preocupa por el incierto destino del joven; otras, no soporta su pesimismo crónico. Pero siente admiración por Jim y se convierte en su confidente y protector; como no se cansó de repetir durante todo su relato Jim “era uno de los nuestros”
Convencido de que jamás recuperará la reputación en occidente, Jim se dirije hacia el este, hacia las tierras del sol naciente.
Pero en cada puerto desembarcaba, junto con su equipaje, todos los recuerdos del Patna. Permanecía poco en su destino y volvía a huir, hasta que al final se aleja para siempre de los hombres blancos instalándose en una selva virgen malaya, la imaginaria Patusán, cuyos pobladores lo tratan como a un semidios bautizándolo como Tuan Jim, Lord Jim.
En esta tierra rodeada de mar, sin contacto con el mundo, encuentra la paz de espíritu que desesperadamente había estado buscando; las personas confían en él y por una vez se siente necesario para proteger sus vidas... también llega el amor, algo en lo que nunca había pensado.
“Conforme pasaban los años se supo de él en Bombay, en Calcuta, Rangún, Penang, Batavia...”.
Pero en cada puerto desembarcaba, junto con su equipaje, todos los recuerdos del Patna. Permanecía poco en su destino y volvía a huir, hasta que al final se aleja para siempre de los hombres blancos instalándose en una selva virgen malaya, la imaginaria Patusán, cuyos pobladores lo tratan como a un semidios bautizándolo como Tuan Jim, Lord Jim.
En esta tierra rodeada de mar, sin contacto con el mundo, encuentra la paz de espíritu que desesperadamente había estado buscando; las personas confían en él y por una vez se siente necesario para proteger sus vidas... también llega el amor, algo en lo que nunca había pensado.
"[...] ella, tras devolverle la mirada, arrojó al río la antorcha encendida con un gesto amplio del brazo. La luz ardiente, rojiza, surcó la noche, se hundió con un fuerte silbido, y cayó sobre ellos sin obstáculos la luz de las estrellas, suave y tranquila."La felicidad parece conquistar a nuestro protagonista... pero solo lo parece.
"[...] El mundo estaba en silencio, recibían el aliento de la noche, de una de esas noches que parecen creadas para albergar la ternura, y existen momentos en que nuestras almas, como liberadas de su envoltorio oscuro, brillan con una sensibilidad exquisita que da a ciertos silencios una lucidez mayor que si fueran discursos."
Cuando todo el poblado se encuentra en paz y tranquilo, llega de improvisto un barco de piratas comandados por el que se hace llamar Caballero Brown. Este personaje, malvado y siniestro, trae viejos recuerdos que Jim creía olvidados. Jim mantiene una conversación a solas con el pirata, pero solo consigue que en el “casco” que protege su alma vuelvan a asomar las grietas que un día provocaron su caída al fondo de un oceano de pesimismo. ¿Se hundirá de nuevo?... El final lo dejo en vuestras manos.
Referencias
- Conrad, Joseph. Lord Jim. [traducción de Javier Franco]. Madrid : Unidad Editorial, [1999]
- Imágenes: fotogramas de la película Lord Jim (1965), dirigida por Richard Brooks
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