Hay momentos, sensaciones, que nuca quieres que se acaben. Quizá por eso siempre dejo para el final algo que me gusta mucho. Antes de disponerme a devorarlo, intento dejar pasar un tiempo... esos instantes previos al “asalto” hacen que se prolongue la sensación de placer, permiten que pueda vislumbrar más lejos el final y mantener totalmente intacto ese objeto de deseo.
Eso mismo pensaba antes de comenzar con la obra que hoy me dispongo a comentar: El retrato de Dorian Gray. Obra que ocupa un lugar privilegiado en mi biblioteca personal y que seguro no deja indiferente a nadie como en mi caso.
¿Cómo explicar el ideal del placer y la belleza a la sociedad victoriana, clasicista y puritana de la Inglaterra de finales del siglo XIX? Imagino que eso mismo es lo que se preguntaría Oscar Wilde al enfrentarse con su novela más conocida. Quizá por eso mismo decidió incluir un prólogo o prefacio, a modo de calzador, que explicase su idea del arte y de la belleza a una sociedad plagada de prejuicios. Este libro, por encima de todo, es eso mismo: una alegoría de la belleza y del hedonismo que proclama el placer como fin supremo de la vida.
Los principales protagonistas de esta historia aparecen rápido en escena: Basil Hallward, pintor que intenta ganarse fama y moralista convencido; Lord Henry Wotton, sólo conoce una palabra: placer; el principal de todos ellos, Dorian Gray, joven considerado de gran belleza y musa del pintor Basil para su obra culmen.
Con estos tres personajes, Wilde diseña la obra como una especie de triángulo pitagórico en cuyo vértice podríamos situar al joven e indeciso Dorian Gray y en cuya base, trazando líneas tensas de gran influencia, al artista y al dandy vividor. Me viene a la mente la historia (relatada Jenofonte en palabras del sabio Pródico en un fragmento de “Las Horas y las Estaciones”) de un Hércules recién salido de la infancia y en la edad en la que los jóvenes, no dependiendo más que de ellos mismos, se muestran indecisos sobre el camino a elegir. En el trance de esa duda aparecen las diosas Virtud y Vicio (o como esta última puntualizaría "Mis amigos me llaman Felicidad, pero mis enemigos, para denigrarme, me llaman Vicio") dispuestas a luchar por el alma del joven.
Lord Henry ataca sin piedad:
“Y la belleza es una manifestación de genio; está incluso por encima del genio, puesto que no necesita explicación. Es uno de los grandes dones de la naturaleza, como la luz del sol, o la primavera, o el reflejo en aguas oscuras de esa concha de plata a la que llamamos luna. No admite discusión. Tiene un derecho divino de soberanía. Convierte en príncipes a quienes la poseen.”
Con esta elocuencia, exponiendo un nuevo tipo de hedonismo, Lord Henry Wotton penetra hasta el último átomo de la conciencia de Dorian Gray, que descubre, con absoluto convencimiento y fascinación, que la belleza es el jeroglífico que muestra la fórmula para alcanzar el placer y el vértice de la pirámide que representa la vida... La Virtud ha sido derrotada de forma aplastante por el Vicio.
Me dejaba a un invitado más en la trama... El Diablo; pero me vais a perdonar, pues no lo veía ya que se encontraba camuflado en la belleza de los rasgos que componen el retrato de Dorian Gray pintado por Basil.
“Ten cuidado con lo que deseas...” me pareció decir en otro apartado de este blog dedicado a La piel de Zapa de Balzac. Eso mismo debería haber tenido en cuenta Dorian cuando decía:
Y el deseo se hizo realidad... el hombre perdió su alma que quedó sepultada bajo un gran marco barroco; a cambio lo dotó de una belleza permanente. Esa belleza llevaba implícita una deuda que tarde o temprano se tendría que saldar.
Sybil Vane, joven y hermosa actriz de un teatro oscuro y chabacano londinense, fue la primera víctima del magnetismo despiadado que ejercía la figura de Dorian. Ella se enamoró profundamente de Dorian Gray, más bien de lo que representaba pues no hacía más que llamarlo su “Príncipe Azul”. Lo mismo le ocurrió a él al pensar que amaba a Sybil Vane; realmente estaba enamorado de las creaciones de Shakespeare que ella representaba de una manera encantadora. Así, tan pronto amaba a Julieta un día, como a Rosalinda una noche y Porcia otra. Quedaba embelesado de la alegría de Beatriz, y las penas de Cordelia calaban hasta lo más profundo de sus huesos. Ambos se enamoraron de sus ídolos sin pensar que tendrían que convivir con la persona, con sus defectos. No imaginaban que el telón al final siempre termina bajando. El retrato de Dorian estaba dispuesto a mostrar su sonrisa más siniestra y a marcar, a su vez, la transfiguración que una obra de arte puede impregnar sobre la realidad.
Uno de los aspectos de la novela es su carácter oscuro y gótico, patente en fragmentos como el siguiente:
Después de esta experiencia Dorian Gray ya no buscó el amor, se dedicó por completo, en cuerpo, que no en alma, a la búsqueda del placer, a saciar sus instintos a la vez que aniquilaba el alma de sus víctimas. Ninguna persona quedaba indemne al contacto de tan oscuro y a la vez brillante objeto de deseo; todas quedaban destruidas moral y socialmente.
“Apenas supo dónde iba. Más tarde recordó haber vagado por calles mal iluminadas, de haber atravesado lúgubres pasadizos, poblados de sombras negras y casas inquietantes. Mujeres de voces roncas y risas ásperas lo habían llamado. Borrachos de paso inseguro habían pasado a su lado entre maldiciones, charloteando consigo mismos como monstruosos antropoides. Había visto niños grotescos apiñados en umbrales y oído chillidos y juramentos que salían de patios melancólicos.”
“–¡Qué triste resulta! ... Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero este cuadro siempre será joven. Nunca dejará atrás este día de junio… ¡Si fuese al revés! ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera! Daría… , ¡daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma!”
Después de esta experiencia Dorian Gray ya no buscó el amor, se dedicó por completo, en cuerpo, que no en alma, a la búsqueda del placer, a saciar sus instintos a la vez que aniquilaba el alma de sus víctimas. Ninguna persona quedaba indemne al contacto de tan oscuro y a la vez brillante objeto de deseo; todas quedaban destruidas moral y socialmente.
No quiero dar más detalles pues creo que hay base suficiente como para enganchar al lector que quiera sumergirse en esta obra increíble de estética decadente, mezcla de realidad y fantasía.
Portada de la primera edición de El retrato de Dorian Gray
Referencias
- Wilde, Oscar. El retrato de Dorian Gray. [traducción de José Luis López Muñoz ; prólogo de Luis Antonio de Villena]. Madrid : Unidad Editorial, [1999]
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