lunes, 1 de febrero de 2010

Negociando con el Diablo




La vida del compositor alemán Adrian Leverkuhn transcurre (aunque en el plano espiritual) paralela al decaimiento de la sociedad alemana de la segunda guerra mundial. Leverkuhn, protagonista de la obra, se despoja de toda moral para vender su alma al diablo a cambio de la perfección artística; perfección que caduca veinticuatro años después de sellado el pacto. La sociedad alemana hace lo propio velando sus ojos y conciencia a cambio de la gloria del nazismo, a cambio de sentirse por un tiempo los amos del mundo y su guía espiritual.

Al final toca pagar la deuda. El Diablo cobra su parte, hasta el último marco, y debora las almas de sus socios sometiéndolos a la degradación física y moral, así como al escarnio público de la sociedad que los contempla.

La novela de Mann tiene dos escenarios: uno es la primera guerra mundial, época de lo narrado por Serenus, el biógrafo; el otro la segunda guerra mundial, época de la narración de la biografía de Adrián Leverkuhn. Ambos escenarios se solapan en uno sólo para crear un fresco que no puede ser más grotesco. Este fondo se palpa en el desánimo del narrador de la historia. Serenus es un humanista burgués convencido, testigo de la decadencia de su amigo Adrian Leverkuhn, genio de la música que poco a poco se dirije al abismo de la moralidad de la mano del Tentador.

El narrador puede darnos todos los detalles de la vida de Leverkuhn, al menos los más importantes; unos por haberlos vivido de primera mano, al ser su mejor amigo y otros, los que pueden permanecer ocultos, le vienen en forma de un cuaderno de notas del propio compositor. Lo más importante de este cuaderno es la charla que Leverkuhn, en un ambiente gélido, casi insoportable, mantiene con Satanás. Charla que el narrador no sabe si se ha producido ciertamente o si se trata de puro razonamiento metafísico, fruto de los delirios del artista. Se marca una frontera entre realidad y ficción, una visión mística de la vida en poder de su personaje principal. Estamos ante el epicentro de la novela, un cataclismo cuyas ondas concéntricas poco a poco irán abrazando diabólicamente a varios de sus personajes principales.

Fiel a su estilo, Mann nos presenta un magnífico mosaico de personajes entrelazados unos con otros, pero todos con un denominador común: su relación con Adrian Leverkuhn. En torno a él giran cada uno de ellos, bien por amistad, como Serenus, por interés, como el violinista Rudolf, o por amor, no amor por una persona sino amor por sus virtudes y aquí podríamos enmarcar a dos personajes: uno es la mujer desconocida que Adrián nunca llega a ver y con la cual mantiene contacto epistolar. El otro se trata del pequeño Nepomuk, su sobrino, por quien siente además una enorme admiración. El pequeño Nepomuk se ha convertido en moneda de cambio para el Diablo a pesar de Leverkhum, y es víctima de un suceso (en palabras del narrador) “tiernamente trágico”. Incluyo estos dos adjetivos porque definen de forma tremendamente plástica al pequeño, al bello y querido por todos Nepomuk. No es difícil establecer relaciones entre Nepomuk y el pequeño Hanno de “Los Buddenbrook”. Ambos tienen un encanto especial y mueren prematuramente: uno víctima de meningitis y el otro por la tuberculosis.

Es curioso como en casi todas las novelas de Mann la belleza y la perfección son encarnadas en la adolescencia, en un niño. Otro denominador común en las obras del escritor alemán es la música, siendo esta disciplina fundamental en Doktor Faustus. Tampoco podemos obviar, para esta obra, la influencia de Goethe y la leyenda germánica de Fausto.

David Fernández García

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